Con seis líneas rectas
se construye una casa, me contabas la otra tarde, y que por eso has estado
dibujando casas sin parar. Casas que como si de un zigurat se tratara acababan
abombadas; o que se estiran como el chicle; casas nucleares, transgénicas y perfectas;
también la casa narcisista que se mira y la que se deshace o multiplica como un
virus. Sin necesidad de llaves sabes lo que está pasando dentro. Y eso es
porque en el trazo de la fachada hay un análisis del espacio interior. Una idea
simple, probablemente lo primero que aprendemos a dibujar, un cuadrado con
ventanas y una puerta, símbolo y síntoma de refugio y de protección. Algún
sentido tendrá. Yo pensé en el cuento de Cortázar, donde los sonidos de la casa
heredada atemorizan a los hermanos; y en la peli de Haneke en la que la casa es
la protagonista: Burguesa, imponente, ordenada, impasible a la muerte de los
viejos que viven dentro. Y también pensé en las casas usonianas de Wright, de
una planta, con aparcamiento y chimenea: coche y calor para el pueblo. Todas
las casas posibles están por inventar y algunas las has dibujado ya en blanco y
en negro.
(Beatriz G. Aranda, 2016)
Este proyecto expositivo tiene su origen en el Proyecto Habítate compuesto actualmente por: Espacio de dentro y Topofilia. Impulsa la reflexión sobre nuestra vida, valores y relaciones que, desde la cuna, han influenciado nuestra identidad y configuran de una forma u otra nuestros recuerdos.
La casa, tradicionalmente privada, invisible y muy protegida de la
mirada ajena, es tratada como el caldo de cultivo de nuestra cultura y como el
escenario donde aprendemos las reglas de juego de la vida. El espacio donde se
configura nuestra personalidad y con ella nuestras fortalezas pero el lugar
donde se desarrollan también nuestros miedos e inseguridades, es decir,
nuestras capacidades y límites relacionales desde la infancia.